jueves, 18 de marzo de 2010

Del Fin del Mundo al glaciar eterno (17/03/10)

El día venció a la noche y la Ciudad del Fin del Mundo nos despedía tal como nos había recibido, con montañas cubiertas con un manto blanco, de la nevada que precipitó la noche anterior.

Desayuno y despedida del personal, que tan cómodos nos hicieron sentir. H escribía cosas para el blog y F leía en revistas de turismo que se amontonaban en cantidad en las repisas sobre el próximo destino: El Calafate.



La van que nos trasladó al aeropuerto con puntualidad británica nos retiró y nos depositó en la bella y moderna aeroestación local. Compras en el freeshop (es la única ciudad que tiene ese tipo de comercio para los viajes cabotaje, ya que no tributan IVA en ningún lugar de la provincia, para paliar los costos de la distancia). Preembarque y nuevamente dentro de un avión.

El mar se sacudía con furia por los fuertes vientos que azotaban al Canal de Beagle. El avión estoico, por esas maravillas de la ingeniería aeronáutica, enfrentó el viento y contra él venció y voló. Surcando los helados confines supo, de nuevo, mostrarnos bellas postales de la superficie marítimo continental del fin del mundo, así le dijimos adiós a Ushuaia.

Final para el primer tramo del viaje, el fin del mundo se despedía generando tempranamente una rara nostalgia que promete hacernos volver…



Tras una hora de volar, un desierto, y un pequeño aeropuerto, plagado de turistas extranjeros, nos recibía a la capital nacional de los glaciares, la redescubrida joya global, cuya puerta de acceso afamada hoy en día es El Calafate.

Un pequeño pueblo, con mucha obras de hotelería, que muestran a las claras el boom del lugar, nos recibió. Ahí nos dejaron, los del receptivo “Tiempo Libre” (el mismo que en Ushuaia), en nuestro hotel: “Esplendor, hotel boutique”.



El hotel una sorpresa, lobby enorme, una gran cantidad de personas hablando en distintas lenguas y varías parejas gay que se ajustaban a la etiqueta de friendly que nos invitó a elegirlo. La habitación, para estos dos ahorradores pro vacaciones, superaba lo esperado. Una suite. La mejor: vista al lago y el pueblo, baño compartimentado, living con sillones y diván, detalles de estilo bellísimos, mesa redonda, equipo de audio (dvd y televisor 29”) hasta una piscina redonda bastante grande que estaba en el medio del ambiente en una mixtura que servía de transición entre el sector de lavabo y el sector de camas, dividida de manera tal que se confunde en armonía con toda la gran suite que nos habían designado.



Semejante habitación convenció a los dos tortolitos, cual nenes con chiche nuevo, a pegarse una zambullida en la, como le dicen los mejicanos, “Tina”. Relajante, inspirador y romántico (todo matizado con un cd que resonaba con temas lentos de los 80) y como se imaginarán así nos dimos la bienvenida. El amor dio paso al turista, y ya cambiados nos invitamos a recorrer el centro.

F, como era “San Patricio”, tomó la referencia de Internet de la existencia de un bar irlandés que tras recorrer un importante tramo en taxi resultó que ya no estaba más en ese lugar. De este modo, como buenos Cocos que somos, volver a pie en busca del centro, obviamente caminando lo que no deseabamos hacer al ir con un taxi, pero así somos, catrascas!. Y sirvió para descubrir que la calle principal, Libertador, con pocas cuadras céntricas, bien iluminadas, muy elegantes donde confluye la existencia de bares y cafés con muchas agencias de turismo.

Llamativo el paseo de lo Gnomos, una especie de galería toda en madera con un bar literario hermoso, y el Casino: grande, luminoso, que se aprecia descontextualizado en el ámbito del pequeño centro donde está enclavado.

Cenamos en un pequeño restaurante, el más económico, porque todo es carísimo, más aún que Ushuaia. Y –satisfechos- logramos, a una pocas cuadras sobre la misma calle, hallar un bar irlandés “Don Diego de la Noche”, donde brindamos por San Patricio, por el nuevo destino, por nosotros y por la gente que se apreciaba feliz a nuestro alrededor.



El bar, en madera, estilo irlandés (obviamente), lleno de gente y buena música invitaba a seguir de brindis, ya que muchas promos 2x1 nos obligaban a tomar unos Fernet que nos gustan en demasía. Sumamos tres rondas, que nos decían que valían 20 pesos lo que alcanzaba a cubrir muy ajustadamente el monto de dinero que teníamos en la billetera, pero ya mareaditos por el trago a trago que acompañaba una hermosa charla entre los dos, de la vida, de los proyectos y del futuro, pedimos la cuenta. ERROR, tras mil disculpas de la camarera, decirnos: “Perdón pero me equivoqué, cada ronda sale 30 pesos!”, ambos nos miramos y dijimos: “NOOO, no nos alcanza”, pero con monedas, billetes y restos de vueltos llegar ahí bien justo. De este modo, el frío de la noche, la caminata de pocas cuadras hasta el hotel, el recuerdo de la última anécdota, y el mareo del alcohol empujarnos hasta nuestra habitación donde caímos rendidos ante la comodidad de la cama y el deseo de conocer la maravilla natural que nos motiva esta visita: “El Glaciar Perito Moreno”.

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