sábado, 20 de marzo de 2010

El día que conocimos los glaciares (18/03/10)



Segundo día en El Calafate y la jornada prometía paisajes de postales. El día comenzó temprano y como de costumbre salimos corriendo de la habitación, tomamos algo ligero de desayuno, porque ya nos estaba esperando la agencia para llevarnos a la excursión de día completo: Minitreking por el Glaciar Perito Moreno y Pasarelas.

El Parque Nacional Los Glaciares está a 80 Km del pueblo así que sumado a la búsqueda de los compañeros de jornada en unas dos horas ya estábamos en un mini puerto donde nos embarcaríamos para hacer el trekking sobre una parte del glaciar.

Durante el viaje dormimos un poco más. Hay que decir que El Calafate está enclavado de un desierto y es destacable que se haya montado un pueblo (aún no es Ciudad) en medio de la nada. Mucho tuvo que ver la cercanía a los glaciares y sobre todo en los últimos años que tenemos mandatarios que son de estos lares y tienen su casa de descanso acá mismo.

La entrada al parque cuesta $25 para argentinos, 70 para extranjeros. Una vez en el parque el paisaje cambia, del desierto se pasa al bosque patagónico (estepa patagónica), camino sinuoso de altura y el frío comenzaba a asomar. En el aire se sentía que estábamos a pocos kilómetros del majestuoso Perito Moreno.



Luego de una curva apareció imponente el glaciar, en ese momento se vio un bloque gigante de hielo enclavado entre dos montañas, más tarde veríamos y caminaríamos sobre él, veríamos grietas y gracias a que salió sol, el color pasó de blanco a celeste intenso.

En la navegación por un brazo del Lago Argentino, pudimos percibir la magnitud del glaciar y ver témpanos que flotaban alrededor de la embarcación. Viajamos afuera del barquito para tomar fotos y ver con nuestros propios ojos la atracción del día. Una vez en tierra y luego de la charla de rigor sobre glaciarismo (muy interesante y didáctica a decir verdad) subimos hasta una plataforma donde nos pusieron grampones para caminar sobre el hielo.



El primer contacto con el hielo fue raro, pero imponente y privilegiado es tener la oportunidad de acercarte tanto a ése enclave único en este planeta. Todos pisábamos con mucha desconfianza, como pidiendo permiso al hielo eterno para clavarle los picos que sostenían nuestro andar. La caminata fue estupenda, una vez que pudimos controlar como eran los pasos para subir y para bajar. El clima acompañó mucho, pues no hizo mucho frío, no corría viento y el sol aparecía de a tramos. En primer plano estar sobre el glaciar es una experiencia que todos deberían probar. No es difícil caminar con los grampones y son muy cómodos una vez dominados.

Pasamos por grietas que mostraban gran profundidad y un azul intenso, subimos a balcones de hielo para tener vistas panorámicas, pasamos por paredones blancos donde algunos se montaban a dos picos para simular que escalaban sobre hielo (nosotros obviamos esa foto, seria una farsa sacar una de ese estilo)… Los guías de montaña cumplieron con las expectativas, Federico estaba a cargo, le puso toda la onda, fue claro y didáctico al explicar las características de la montaña y nuestras dudas. El acompañante era un banana que parecía estar más preocupado en demostrar lo rápido y bien que se movía en el hielo que hacer cómodo el caminar de los turistas.



Lo más difícil de caminar sobre ese bello terreno blanco es el riesgo de caer en alguna grieta y el desafio se imponía cuando la cuestión era bajar zonas empinadas, allí hicimos agua los dos, pero el más afectado e incomprendido fue F, ya que los guías le decían que tirara su cuerpo hacía atrás para equilibrar el cuerpo en la bajada, y él no podía, hacía exactamente lo contrario, se inclinaba hacia delante, con el consiguiente riesgo de caer, y todo se extremo cuando el guía “banana” le hizo un chiste como de tratarlo de inútil. Tras este episodio, F fiel al poder de su ego, se sobrepuso y al final del trayecto dominaba con seguridad cada una de las bajadas con una forzada técnica que logró aprender.

Y, como frutilla del postre, se nos agasajó con un rico Whisky con hielo glaciar, algo estupendo para paliar el frio que nos circundaba, así llegamos al final del encuentro con esta belleza natural que nos pertenece a todos los argentinos y preservamos para la humanidad. Orgullo, pasión y energía descubrirán en este sector del planeta.



Párrafo a parte debemos destacar que en el viaje siempre hay gente rara o llamativa, quizás somos nosotros para los demás, pero en este caso era un matrimonio que rondaba los setenta años, ella Betty él, Pedro. Si de parejas desparejas debemos hablar, ellos son el ejemplo, él parecía un malhumorado que quería tener pleno dominio de la señora, ella ya parecía agotada de él pero le tributaba sonrisas y lo complacía en cada pedido, casí sin ganas o forzada, pero le era complaciente, el era literalmente un “rompe bolas”, impaciente le criticaba cada foto que sacaba, la ponía a posar moviéndola de un lado a otro culpándola del error de la toma o desconformando todo, ella ni bola le daba, ni se gastaba en contestarle, pero se robaban sonrisas, parece que el tiempo les enseño a aceptarse de esa forma. Verlos nos remontó al futuro, podremos escapar a esa rutina de pareja?, el tiempo lo dirá.

Dejamos los grampones y tuvimos tiempo libre hasta que nos buscara el ferry para la segunda parte de la excursión. Pasamos por un bosquecito que tenía de fondo al Perito Moreno. Nos quedamos obnubilados mirando el glaciar nuevamente, pensando que hacia minutos estuvimos arriba de él y ahora mirábamos su grandeza a distancia. Además escuchamos y llegamos a ver algún desprendimiento.

Almorzamos los sándwiches que armamos en el hotel acompañados del silencio y la vista del bloque de hielo, que hasta ese momento pensamos que era todo lo que se podía ver. También, claro, seguimos haciendo chistes sobre Pedro y Betty, y sobre quien era el que mejor representaba alguno de estos dos personajes de la vida real.



El barco llegó y en pocos minutos ya estábamos rumbo a las pasarelas. La Guía nos dijo que teníamos una hora para ver el glaciar desde los balcones que estaban habilitados. La imagen a bajar del micro nos dejo anonadados. Era como ver un río congelado de una altura de 200 metros y con kilómetros de distancia. Una vez más pensamos que es un lugar para volver y dedicarle más tiempo. Nos falto tomar algo mirando el glaciar, mediar ante tremenda pared de hielo y recorrer todas las pasarelas, pero a nuestro tiempo, no en una hora…

El regreso al Calafate fue rápido porque dormimos gran parte del camino. Estábamos cansados, el minitrekking y subir y bajar escaleras de las pasarelas nos consumió mucha energía. Bajamos en el centro para averiguar qué otras excursiones hacer. Pensábamos hacer Estancia Cristina, pero realmente el precio es privativo para bolsillos nacionales. Casi 600 pesos por una excursión de un día. La cagada es que es la única manera de ver el glaciar Upsala.

Volvimos a la agencia matriz para ver si hacíamos la excursión Todo Glaciares que era la segunda opción, pero nos informaron que eran 6 horas de viaje sobre un barco viendo paredes de los glaciares, el minitrekking que tenia en su itinerario ya no se hace más.



Decidimos ver nuestras opciones. En una cafetería tomamos un chocolate y capuchino con una porción de brownie para compartir. Delicioso. Nos pusimos de acuerdo rápido en que no queríamos madrugar la mañana siguiente, sino descansar hasta tarde y disfrutar a pleno del hotel que tiene mil opciones para quedarse adentro. Tenemos dos días completos libres para ver qué hacemos. Por lo pronto sabemos que mañana iremos a una estancia por la tarde hasta la noche que incluye la cena con cordero patagónico, el plato infaltable de acá (como la centolla más abajo del continente).

Llegamos como a las 20 al hotel a relajarnos y a disfrutar de las comodidades de nuestra habitación de ensueño. Hubo bañera entre los dos, cena y bebimos un poco de Amarula. La noche termino con otra pelina… “500 días con ella”. Hay que verla, quizás le sobra una hora, la última la remonta.

Así, entre almohadas, el sueño nos encontró confundiendo las blancas sábanas con la inolvidable imagen que se selló en nuestra retina, el paraiso llamado “Parque Nacional los Glaciares”, que los sueños nos transporten a este lugar es un placer de ser vivenciado, y así allí nos dirigimos esa noche.

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