
Es viernes ya. Nada programado, sólo nos dispusimos a descansar y dejar que el sueño únicamente se interrumpa para desayunar. Eso pasó a las 1030. Volvimos a la habitación, terminamos de ver la película que señalamos el día de ayer. Un poco de tele y dormir un rato más. Pasado el mediodía reconocimos que nos dedicaríamos a hacer lo que nos plazca dentro de la hermosa habitación asignada, así que uno u otro, rotando por las distintas comodidades del lugar, leímos, escribimos, bajamos fotos y completamos este blog.
Ya promediando la tarde, allá por las 14.30, H decidió ir a caminar mientras F se dejaba derrotar por una reparadora siesta. H recorrió todos los negocios de ropas y artesanías, compró postales y se sorprendió una vez más por los altos precios para los magros bolsillos de estos argentinos. F despertó y se relajó con un excelente baño de inmersión que lo dejó preparado para enfrentar una tarde de excursión distinta, lo único que se habían decidido ambos hacer.
Visitamos una estancia: “El galpón del Glaciar”. Allí nos recibieron en un agradable lugar donde fuimos convidados a merendar riquísimas exquisiteces dulces, con té, café y una caliente chocolatada. Mientras tomábamos la merienda notamos un gaucho un tanto amanerado, primero pensamos que era sugestión nuestra, pero con el correr de los minutos y al hablar con él nos dimos cuenta que se le caían miles de plumas mientras caminaba. Como existe el gauchetto, en estos lares encontramos a La Guachitto…
Luego, guiados por un joven gaucho de nombre “Federico”, caminamos un trayecto muy interesante donde observamos aves, vegetación del lugar, todo enmarcado por las áridas montañas de ése bello confín de la tierra, al tiempo que el tercer lago más grande del mundo (Lago Argentino) se acercaba y nos deleitaba con su olas en una playa de piedras que invitaba a relajarse a su lado. Federico fue sumamente didáctico y daba gusto escuchar sus explicaciones al tiempo que la naturaleza nos permitía ver todos los pájaros que él señalaba y el ligero correr de liebres, hasta depositarnos en las playas del lago para ver, justo en ése preciso instante, como el sol se escondía detrás del Cerro Frías, allí volvimos al casco de estancia.
La vuelta se mostró extensa y de rápido caminar. Vimos un arreo de ovejas por parte de dos hermosos perros entrenados para guiarlas durante sus pasturas. Las ovejas miedosas y obedientes a la vez, corrían al ladrido de los perros que ponían orden en su caminar. Lo gracioso fue ver como una cocoa ovejuna caía al correr en un foso de agua desesperada por huir de los perritos (pequeños) que la obligaban a mantener el camino que les era marcado.
Esa mismo oveja, cual cocoa de profesión, fue la elegida para demostrarnos como era el proceso de esquila, la verdad, aunque no dábamos un mango por esta excursión (que se impuso para hacer algo) fue sumamente entretenida, interesante e instructiva.
Allí estaba la oveja cocoa, dominada por el hombre, rendida por su débil abdomen que le impide zafarse de la posibilidad de no perder su lana. No tiene fuerza y en escasos tres minutos quedó desnuda ante el nutrido auditorio que la fotografiaba. De cada oveja sacan entre 5 y 8 kilos de lana que se envía a otro país para que vuelva industrializada en otros bienes, sobre todo a China.
Así, tras esa demostración, volvimos al punto de partida pero tras 4 horas que nos dieron mucho hambre. Y, por fin, llegó el momento de probar el famoso cordero patagónico.
Entre ensaladas y regado por dos botellas de vino tinto sentimos como nos íbamos picando y disfrutando de una interesante charla con un matrimonio español, sobre la actualidad, lo interesante del lugar y la decadencia cultural de nuestro país y del mundo. El cordero un manjar, tierno y de sabor sumamente agradable. El vino ideal para terminar esa noche y esa hermosa excursión. Antes del fin un entretenido show musical de danza donde observamos gatos, samba y malambo, con las famosas boleadoras, y el infaltable tango que deleita a propios y ajenos, telón de despedida de un hermoso lugar, en una noche cerrada que invitaba a un poco más.
Volvimos al hotel, y picados, seguir brindando y tomar un par de tragos más en el también hermoso bar del lugar. La noche se hacía carcajadas y aún más entonados, subimos a la habitación donde brindamos hasta terminar nuestra botella de “Amarula” (licor proveniente de Africa que compramos en el freeshop de Ushuaia) que se hace exquisito trago tras trago. En ése derrotero de brindis poner música, que a F se le antojó ponerla en el equipo de audio a todo volumen, lo que motivo un llamado de la recepción para no perturbar a los otros huéspedes (parece que tan insonorizadas no estaban las paredes, jajaja), y ante esto pasar a improvisar un karaoke con letras que buscábamos en Internet para acompañar lo que iba sonando en el cd, para un rato largo después y ya avanzada la madrugada, ceder al sueño y al cansancio de un día distinto pero hermoso de todo punto de vista.
Jamás olvidaremos las postales de aquel día bien argentino, en el campo, con asado, interesante charlar y redescubriendo la alegría que el alcohol nos propone sostener en cada uno de nuestros brindis de vino tinto y fernet. Así terminamos este viernes: Juntos y roncando sin esperar el sueño de uno o el otro, F se rindió sin poder sostenerse y más tarde, irrebatiblemente, lo siguió H.
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